lunes, 18 de enero de 2016

Las gafas negras

 

 Erase una vez ...

unas gafas negras. Alguien las había dejado en un despacho, todos pensaban que había sido un olvido y nadie sabía a quien pertenecían ...

Llevaban encima de su mesa de despacho vario días. Llegó el fin de la jornada de trabajo. Se levantó, cogió su abrigo, su bufanda, su maletín y las gafas negras. Salió a la calle camino a casa. El invierno tardaba en hacer su aparición, las hojas de los arboles hacia poco que se habían caído y sin embargo nuevas flores comenzaban a aparecer, pero él no miró las flores. Apretó el paso, sin razón aparente, más bien por costumbre, y se concentró en la lista sin fin de cosas que quería hacer antes de que se acabara el día. Era una costumbre que había adquirido desde que siendo pequeño, empezó a sentirse responsable de su familia y de su futuro. No había sido un niño como los demás niños, ni un adolescente como los demás adolescentes, ni era un adulto como los demás adultos. Era serio y tenia objetivos muy importantes que cumplir en la vida, no quería malgastar su tiempo, ni mirar las flores que estaban en su camino. Caminó más rápido. 

Llegó a casa, le dio un beso frugal a ella, una caricia al perro que había salido a saltos a acogerle, empujó al gato y se dirigió al despacho. No había tiempo que perder. Llegó la hora de la cena, caminó mecánicamente hasta el comedor, se sentó a la mesa, mientras ella le servía la cena, él miraba distraídamente las noticias. El no se dio cuenta  que ella llevaba varias semanas triste y que ya no le preparaba comidas elaboradas. Ella le contaba lo maravilloso que sería tener hijos juntos, le contestó con una negativa tajante, terminó rápidamente de cenar, se levantó y volvió a su despacho para seguir con sus quehaceres. Así hasta el momento en que sus ojos se cerraban y tenia que irse a dormir. Así pasaban los días. 

Sonó el despertador, se deslizó hasta la cocina para preparar el café y mientras ella le hablaba, él leía las noticias: vaya, como esta el mundo! Miró el reloj, se hacía tarde. Se despidió vagamente de ella, acarició al perro y cerró la puerta tras de sí. Se puso las gafas negras y emprendió el camino hacia el trabajo. Entonces paso algo curioso, más caminaba y más le parecía que su maletín pesaba. No recordaba haber puesto en él ningún libro pesado, pero no tenia tiempo que perder en hacerse ese tipo de preguntas. Llegó a la oficina, le pareció que ese día todo el mundo estaba de mal humor, será a causa del viento, este maldito viento les vuelve a todos majaras! Se instaló en su despacho, vaya cada vez hay más papeles! No se cansarán de darme papeles inútiles! Y mientras rellenaba y rellenaba formularios, le entraba frio y luego calor. Sus compañeros de trabajo le hablaban, él respondía distraídamente y seguía con lo suyo. Bien, por fin se acaba la jornada, ya era hora! Se volvió a poner el abrigo, la bufanda, cogió el maletín y se puso las gafas negras. La flores de los arboles se habían marchitado casi todas, pero no reparó en la extrañeza del hecho. Apretó el paso. Su lista mental se hacia cada vez más interminable, y se decía que le sería muy difícil acabar todo antes de finalizar el día. Llegó a casa, abrió la puerta pero el perro no le saltó encima, sino que se limitó a llegar hasta la puerta y dejar que su amo lo acariciara, el gato no se movió de su cojín. Ella tenia una cara muy cansada, caray, no me había dado cuenta de la cantidad de canas que le han salido, bueno, son cosas de mujeres. Pensado esto cogió uno de sus libros de la estantería y desapareció hasta la hora de cenar.

Sonó el despertador. Este dolor de espalda me esta matando y he dormido muy mal, son sus cenas, cada vez cocina peor! De camino al trabajo, le pareció una vez mas que su maletín pesaba mucho mas que lo normal, se preguntaba si sus compañeros de oficina le habrían hecho alguna broma. No hubo ninguna novedad durante todo el día,  ninguna excepto que el aire se hacia cada vez mas irrespirable, y que sus compañeros cada vez eran más desagradables. Decidió no despedirse de nadie, cogió el abrigo, la bufanda, su pesado maletín y se puso las gafas negras. Los árboles ya no tenían ninguna flor y la mayoría se habían secado. El clima está muy mal! Y este olor nauseabundo, me pareció que la fábrica de papel había cerrado, pues parece que no, menuda peste! Apretó el paso y repasó su lista de cosas por hacer, que una vez mas alargaba. Le dolía mucho el brazo por llevar ese maletín tan pesado. Abrió la puerta de casa, esta vez el perro siguió durmiendo, el gato seguía sin moverse del cojín, y ella llegó arrastrando los pies, no le había oído llegar. Tiene una cara cada vez más cansada, no sabe gestionar su tiempo, y seguramente que hoy, una vez más, no ha hecho nada! Pensado esto se volcó en la lectura de su expediente. 

Sonó el despertador. Ella no se movió de la cama, que desagradable. Se preparó el café y leyó las noticias. Que mal esta el mundo! Salió de casa sin que nadie fuera a despedirle. Estas gafas negras están muy bien, protegen de este sol que es tan agresivo. Se dijo que tendría que buscarse un maletín de esos con ruedas, porque definitivamente su maletín cada día estaba, sin saber porqué, más pesado. Entró en sus despacho sin mirar a nadie. Su mesa estaba llena de expedientes y cada vez había más formularios que rellenar, cada vez se le hacía el trabajo más cuesta arriba. Se pasó el día rellenando formularios, tendría que quejarse al jefe, tendrá que subirle el sueldo o cambiarle la tarea!
Por fin llegó la hora de volver a casa. Dejó los formularios, cogió el abrigo, la bufanda, su pesado maletín y se puso las gafas negras. Le pareció que casi ya no había arboles, y que el olor nauseabundo era cada vez más fuerte. Apretó el paso y decidió repasar mentalmente la lista de cosas por hacer antes de acabar el día. Decidió hacerlo, pero no lo hizo. No lo hizo porque en ese preciso momento se chocó con un ser extraño: era joven, guapa, exótica... Se disculpó. Tenia unos labios gruesos, una voz sensual y un cuerpo perfecto. Le resultó curioso, los dos tenían las mismas gafas negras. Ella le invitó a tomar un café y totalmente hipnotizado, la siguió. Hablaron horas y horas. Era perfecta. Interesante. Magnífica. De repente era de noche y se despidió no sin antes darle cita al día siguiente. Volvió a casa. Abrió la puerta, el perro vino despacio a saludarle, no vió al gato. Ella estaba en la cocina, parecía haber menguado y le habían salido más arrugas y más canas. La besó brevemente y le explicó que había tenido una reunión tardía. Cenaron. Ella le hablaba pero sus palabras no llegaban a sus tímpanos. El visualizaba aquella mujer tan perfecta y sensual con la que se había encontrado. Que poco interesante era su mujer en comparación!

Sonó el despertador. Su mujer ya había preparado el café. Se preguntó si soñaba o si cada vez se estaba haciendo ella más mayor y más fea. Salió de casa llevando consigo el maletín cada vez más pesado y como el tiempo seguía estable se volvió a poner las gafas negras. Durante todo el día le pareció escuchar como un lejano y agradable canto de sirenas, y se dejó llevar por él. Se dio prisa en terminar de trabajar para acudir a su cita. Allí estaba ella, esbelta y sensual. Hablaron durante horas. El le cogió la mano. Tenia calor mientras la tocaba. Ella no retiró la mano, lo miraba sonriente y triunfante. La noche avanzada llegó a casa. Abrió la puerta, el perro fue tranquilamente a recibirle y se fue. Su mujer estaba sentada, un plato y un cubierto esperaban encima de la mesa. A él se le había vuelto a hacer tarde, con la de cosas graves que habían pasado en la oficina, habían vuelto a hacer una reunión interminable. A ella le costó levantarse para ir a buscar la comida. Le habló pero él, absorto, no le respondía. Ella su fue a dormir y él con sus expedientes, se fue a soñar con la magnifica criatura. 

Se había pasado el día mirando el reloj, ese día habían quedado en casa de ella, por suerte su marido se había ido de viaje. Pensó en su mujer que cada día estaba peor y no se enteraría de nada. Pasaron una tarde de deleitamiento. Volviendo a casa se dio cuenta de que no se había quitado las gafas negras de todo el día y se extrañó que no le hubiesen molestado. Entró en casa, el perro se le acercó, se estaba quedando ciego y le faltaban pelos. El gato parecía haber desaparecido y la mujer parecía haber envejecido de veinte años en tan sólo unas semanas. Cenó rápidamente y se esfumó con sus expedientes. Oyó a la mujer llorar en la habitación. Que pesada es! Qué le pasara ahora? Ya se le pasará. No fue a verla. 

Sonó el despertador. Tomó el café, leyó las noticias, el mundo esta cada vez peor! No tomó el camino del trabajo, había quedado con ella. Decidió no volver a casa ese día. Tampoco volvió al día siguiente ni el de después. 

Un día, decidió volver a su casa para recoger sus cosas. Acompañado por sus gafas negras entró en la casa. Esta vez el perro no salió a recibirle. Un olor pestilente y moscas invadían la casa. Entró en la habitación de dormir, yacía ella tal un esqueleto. Olía muy mal. El cuerpo estaba en estado de avanzada descomposición. Tropezó con algo, parecía un esqueleto de gato. Oyó gemir, el perro estaba tumbado al lado de la cama. Ya casi no le quedaba pelo y se había quedado ciego del todo. Asqueado se echó para atrás y tropezó contra el armario. Del golpe se le cayeron las gafas al suelo y se rompieron. Al incorporarse vio que el cuerpo de su mujer volvía a tener la apariencia de cuando era más joven. Estaba muy guapa, no estaba muerta, sino durmiendo. La tocó como para asegurarse de que era real, su cuerpo estaba cálido. Ella empezó a despertarse y a estirarse. El perro estaba moviendo la cola y saltando y ladrando alegremente, el gato se había subido a la cama de un salto y estaba maullando para que lo acariciase. De repente se le olvido la razón por la que se había ido de casa, se tumbó en la cama, se rió con su mujer, hicieron el amor...

Tiempo después salio de casa y se volvió a poner sus gafas negras. Entonces, una ráfaga de aire fuerte empezó a soplar, entro por la casa y se llevo el polvo en el que se habían convertido  su mujer, su perro, su gato y sus muebles...

Cuentan que cuando él se pone las gafas se levanta aire y se llena todo de polvo, pero nadie se acuerda de por qué.













jueves, 21 de agosto de 2014

El rosal y el amor





Una vez tuve un rosal. Me lo regalo alguien que me importaba. Me pareció tan bello que lo puse en la ventana y con el sol se volvió aun mas radiante. Pero en aquel entonces vivía en un bajo y un dia alguien se lo llevo: nunca mas supe de él.

Otra vez me regalaron otro rosal, casi idéntico a aquel que me robaron. Para asegurarme de que no me ocurriera lo mismo, lo encerré en la habitación del fondo. Allí no había luz. El rosal se seco en tres días. Aun guardo sus flores carbonizadas entre las paginas de un libro para que nadie pueda acusarme de asesinato. Todavía intento explicarme qué fue lo que ocurrió.


Historia compartida en este blog por un generoso Anónimo.


miércoles, 20 de agosto de 2014

La farola que soñaba con ser Luna




Erase una vez,

una farola de calle que soñaba con ser Luna, o por lo menos ser Estrella... Pero al darse que cuenta de que sus esfuerzos por alargarse y alargarse para alcanzar el cielo infinito eran en vano, decidió conformarse con ser farola.

Entonces se dio  cuenta de que ella era muy importante: era la que mas iluminaba de toda la calle, habia gente que se apoyaba en ella esperando al autobus, era amiga de numerosos perros, cobijaba a un sin fin de mariposas y mosquitos, incalculables parejas de enamorados se besaban bajo ella y su luz protegía a quien temía la oscuridad.

Así fue como la farola supo que si hubiese sido Luna o Estrella hubiese estado demasiado lejos de la verdadera felicidad: la palpable, la del dia a dia o, en este caso, la del noche a noche.

(dedicada a JM)


Mademoizelle V.

martes, 19 de agosto de 2014

El hombre sin cabeza





Erase una vez,

un hombre, un hombre como tantos otros, un hombre con historia y sin historias, un hombre comun.

Este hombre tuvo numerosas amantes, conquistas, historias de amor, largas, cortas, de una noche o de mil y una noches. A este hombre lo llamaremos Miguel, y si por alguna casualidad, fuese su nombre, y se sintiera reconocido, es, pura casualidad.

A Miguel le gustaba coleccionar las cartas, pero no las cartas para jugar al poker o al tute, no, esas no, que esas son para jugar, le gustan las otras, esas que hablan de sentimientos, esas que revelan secretos y cuentan sobre quienes somos. Aquellas cartas que cuando se abre el sobre, retiene uno la respiración, y se pregunta ¿serán buenas las noticias o serán malas? ¿me quiere o no me quiere? si me quiere, ¿me quiere mucho o poco? Todas cosas y mas, son las que se le pasaban a Miguel por la cabeza mientras tenia una de esas cartas en la mano.

Lo que mas le gustaba era mirarlas. Las tenia todas empiladas la una encima de la otra, y así había formado varias pilas, y de una, y de dos y de tres, había acabado teniendo una parte de su habitación llena de pilas de cartas. Cada día se lo dedicaba a una pila nueva: abría las cartas una a una, con un cuidado extremo, olía el papel, acariciaba las letras, y las leía, una a una, una y otra vez, de manera que mientras las leía, las recitaba, pues Miguel ya se las sabia.

Todas esas cartas le estaban destinadas. La mayoría eran apasionadas, aunque también las había de amistad, e incluso de odio. Todas tenían fecha y el lugar, todas tenían remitente y firma. Sin embargo, para Miguel, ninguna tenia cara. Las cartas no se ven, se leen. Si, pero las cartas se ven mientras se leen. Se ve la cara de quien la ha escrito mientras se lee a quien la haya escrito. Pero Miguel ya no reconoce ninguna de esas caras, lee y lee, pero no recuerda. Pero insiste, porque si lo consigue, si vuelve a ver las caras de quienes las han escrito, entonces, volverá a recuperar su cabeza.

Mademoizelle V.

sábado, 20 de agosto de 2011

Cuando Penelope partio a la busqueda de Ulises





Erase una vez ...

una mujer llamada Penelope.

Penelope tenia un misterio y es que a cada anochecer se iba a lo alto de la torre, y se instalaba al lado de la ventana que daba frente al mar y allí pasaba noche tras noche, tejiendo y volviendo a tejer. Durante el dia procuraba llevar una vida normal, dedicándose a sus labores y al cuidado de los suyos. Se dice que durante veinte años Penelope no durmió, ya que cada noche tejía esperando a que Ulises volviese de su gran viaje. 
Era extraño, pues a pesar del tiempo que pasaba no se veía por su rostro ni por su cuerpo marcas de su paso, seguía teniendo la misma mirada inocente y melancólica y la misma tez morena. Sin embargo algo le iba creciendo en el pecho, día a día, y era la tristeza que sentía en su interior al saberse separada de Ulises y no tener noticias de él.

Una noche mientras Penelope tejía miro por la ventana y vio centellear una luz en el horizonte. Dejo la labor y salio corriendo hasta el puerto, tenia la esperanza que ese barco que llegaba desde lejos le devolviese a su Ulises. Sin embargo su decepción fue muy grande al ver que ninguno de los viajantes era su amado.
Se quedo a la orilla del mar hasta que volvió a amanecer y en ese momento decidió que seria ella quien fuese al encuentro de su destino.

Penelope esa mañana volvió a la torre, preparo su equipaje y regreso al puerto, pregunto a los marineros que estaban en el lugar que barco la llevaría hacia el Este, le indicaron el barco mas pequeño y desarrapado de los que estaban en aquel embarcadero ... trago saliva y subió en él. La escasa tripulación a penas si hablaba su idioma y el resto de pasajeros eran también extranjeros.

Se sentó en la cubierta, preguntándose como seria su viaje y si volvería a encontrar a su Ulises ...




Mademoizelle V.




miércoles, 17 de agosto de 2011

La caja de Pandora de Xing





Erase una vez ...

un chico joven, que vivía en un pueblecito con la mejor vista de la Gran muralla china de todo el valle.
Xing había nacido allí, pero algo le decía que allí no moriría... Se imaginaba que de una zancada podría aparecer del otro lado de la muralla. ¿Como seria occidente? se preguntaba. Pasaba horas observando a los turistas que paseaban por su pueblo. Vestían de manera estrafalaria, hablaban lenguas extrañas, pero lo que mas le llamaba la atención eran las pequeñas maquinas que llevaban en sus manos, las querían tanto que se las pegaban a sus mejillas,  les hablaban, se reían, lloraban con ellas ...

Xing no sabia leer pero era muy ingenioso. Su trabajo consistía en crear sistemas de regadío para los campesinos de su comunidad. Con pocos medios conseguía llevar el agua hasta los vecinos mas alejados. La fluidez del agua le dejaba perplejo. Si el fuese agua se evaporaría, se convertiría en una nube y se iría muy, muy lejos de allí, o se metería en la tierra y la atravesaría para aparecer en una fuente del otro lado del planeta.

Una tarde volvía cabizbajo de su observatorio favorito. Tropezó con algo. Era una cajita negra que consiguió atrapar antes de que cayera por las escaleras... Se quedo sin respiración, sus ojos ya no pestañeaban, el corazón le batía a mil latidos por segundo, las mejillas le ardían ... Era una de aquellas maquinitas que llevaban los turistas. Por fin tenia una en las manos! Era pequeña, fría, brillante y solo tenia dos botones, uno rojo y uno verde. Probo todas las combinaciones posibles y llego a conseguir que la caja se iluminase, pero no ocurría nada mas. Se la llevo a casa, la puso encima de la cama y espero. Esa noche no comió y tampoco consiguió conciliar el sueño. Cuando los ruidos de la montaña dejaron de sonar y los grillos de cantar la caja empezó a temblar y una melodía salio de ella. La cogió entre las manos, sonó un eco, una voz: Hola Xing, me llamo Maria, te he estoy esperando ....

Mademoizelle V.


martes, 16 de agosto de 2011

La isla sin nombre





Erase una vez ...

una isla sin nombre, la cual nadie sabia donde se situaba, el aspecto que tenia y tampoco el nombre que tenia ... Asi que cuando alguien se aventuraba a hablar de ella la nombraba, en voz baja, La isla sin nombre ... 

Los que hablaban de ella bajaban la voz, retenían el soplo, no querían que el viento siquiera transportase sus palabras, pues necesitaban que la existencia de aquella siguiera siendo misteriosa. Abrían la boca, miraban alrededor antes de hablar, para estar seguros de que nadie mas les pudiese oír. Solo unos pocos sabían de ella...

Algunos dicen que esta Isla estaba rodeada de sirenas, y que sus cantos se oían estando en la orilla del mar las noches de luna llena. Otros que tenia arenas movedizas, y otros que era el refugio de todas las personas famosas que se habían querido dar por desaparecidas ...

En realidad, mas que leyenda, era casi una maldición, pues quien supiese de su existencia querría viajar hasta ella, y que de los malaventurados en busca de aventuras que se atrevían, pocos volvían a sus casas, y los que volvían ya no se acordaban de nada ... No solo no se acordaban de lo que habían visto allí y permanecían como atrapados en un sueño sin saber volver a la realidad, sino que también se olvidaban de sus nombres ... Y como ya no sabían como se llamaban nadie les podía indicar su camino, ni quienes eran sus familiares y amigos, y como habían perdido la memoria ni ellos mismos podían pedir indicaciones ... Así que estos aventureros malaventurados se quedaban perdidos para siempre, sin saber a donde ir ni saber lo que buscan ...

Pero entonces ... entonces ¿por qué iban a La isla sin nombre ? Porque mientras escuchaban las leyendas y relatos de esta, el viento que es muy astuto y juguetón, les susurraba al mismo tiempo por la otra oreja, muy bajito, el nombre de la isla misteriosa ...

Aun hoy, a veces cuando miro algún paseante soñador que tiene cara de ausente me digo que seguramente se ha dado un paseo por La isla sin nombre.

Mademoizelle V.