martes, 19 de agosto de 2014

El hombre sin cabeza





Erase una vez,

un hombre, un hombre como tantos otros, un hombre con historia y sin historias, un hombre comun.

Este hombre tuvo numerosas amantes, conquistas, historias de amor, largas, cortas, de una noche o de mil y una noches. A este hombre lo llamaremos Miguel, y si por alguna casualidad, fuese su nombre, y se sintiera reconocido, es, pura casualidad.

A Miguel le gustaba coleccionar las cartas, pero no las cartas para jugar al poker o al tute, no, esas no, que esas son para jugar, le gustan las otras, esas que hablan de sentimientos, esas que revelan secretos y cuentan sobre quienes somos. Aquellas cartas que cuando se abre el sobre, retiene uno la respiración, y se pregunta ¿serán buenas las noticias o serán malas? ¿me quiere o no me quiere? si me quiere, ¿me quiere mucho o poco? Todas cosas y mas, son las que se le pasaban a Miguel por la cabeza mientras tenia una de esas cartas en la mano.

Lo que mas le gustaba era mirarlas. Las tenia todas empiladas la una encima de la otra, y así había formado varias pilas, y de una, y de dos y de tres, había acabado teniendo una parte de su habitación llena de pilas de cartas. Cada día se lo dedicaba a una pila nueva: abría las cartas una a una, con un cuidado extremo, olía el papel, acariciaba las letras, y las leía, una a una, una y otra vez, de manera que mientras las leía, las recitaba, pues Miguel ya se las sabia.

Todas esas cartas le estaban destinadas. La mayoría eran apasionadas, aunque también las había de amistad, e incluso de odio. Todas tenían fecha y el lugar, todas tenían remitente y firma. Sin embargo, para Miguel, ninguna tenia cara. Las cartas no se ven, se leen. Si, pero las cartas se ven mientras se leen. Se ve la cara de quien la ha escrito mientras se lee a quien la haya escrito. Pero Miguel ya no reconoce ninguna de esas caras, lee y lee, pero no recuerda. Pero insiste, porque si lo consigue, si vuelve a ver las caras de quienes las han escrito, entonces, volverá a recuperar su cabeza.

Mademoizelle V.

2 comentarios:

  1. En el club de lectura estamos encantados con sus relatos: nos resultan tan evocadores... En agradecimiento, nos permitimos enviarle una pequeña historia que tal vez pueda servir de inspiración a nuestros jóvenes lectores.
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    Una vez tuve un rosal. Me lo regaló alguien que me importaba. Me pareció tan bello que lo puse en la ventana y con el sol se volvió aun más radiante. Pero en aquel entonces vivía en un bajo y un día alguien se lo llevó: nunca mas supe de él.

    Otra vez me regalaron otro rosal, casi idéntico a aquel que me robaron. Para asegurarme de que no me ocurriera lo mismo lo encerré en la habitación del fondo. Allí no había luz. El rosal se secó en tres días. Aun guardo sus flores carbonizadas entre las páginas de un libro para que nadie pueda acusarme de asesinato. Todavía intento explicarme qué fue lo que ocurrió.

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    1. Hola anónimo,
      que historia mas bonita! me resulta a mi también bastante evocadora, si me lo permite, me gustaría publicarla, con autor "Anónimo" o puedo poner otra referencia si usted me la da.

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