jueves, 21 de agosto de 2014

El rosal y el amor





Una vez tuve un rosal. Me lo regalo alguien que me importaba. Me pareció tan bello que lo puse en la ventana y con el sol se volvió aun mas radiante. Pero en aquel entonces vivía en un bajo y un dia alguien se lo llevo: nunca mas supe de él.

Otra vez me regalaron otro rosal, casi idéntico a aquel que me robaron. Para asegurarme de que no me ocurriera lo mismo, lo encerré en la habitación del fondo. Allí no había luz. El rosal se seco en tres días. Aun guardo sus flores carbonizadas entre las paginas de un libro para que nadie pueda acusarme de asesinato. Todavía intento explicarme qué fue lo que ocurrió.


Historia compartida en este blog por un generoso Anónimo.


miércoles, 20 de agosto de 2014

La farola que soñaba con ser Luna




Erase una vez,

una farola de calle que soñaba con ser Luna, o por lo menos ser Estrella... Pero al darse que cuenta de que sus esfuerzos por alargarse y alargarse para alcanzar el cielo infinito eran en vano, decidió conformarse con ser farola.

Entonces se dio  cuenta de que ella era muy importante: era la que mas iluminaba de toda la calle, habia gente que se apoyaba en ella esperando al autobus, era amiga de numerosos perros, cobijaba a un sin fin de mariposas y mosquitos, incalculables parejas de enamorados se besaban bajo ella y su luz protegía a quien temía la oscuridad.

Así fue como la farola supo que si hubiese sido Luna o Estrella hubiese estado demasiado lejos de la verdadera felicidad: la palpable, la del dia a dia o, en este caso, la del noche a noche.

(dedicada a JM)


Mademoizelle V.

martes, 19 de agosto de 2014

El hombre sin cabeza





Erase una vez,

un hombre, un hombre como tantos otros, un hombre con historia y sin historias, un hombre comun.

Este hombre tuvo numerosas amantes, conquistas, historias de amor, largas, cortas, de una noche o de mil y una noches. A este hombre lo llamaremos Miguel, y si por alguna casualidad, fuese su nombre, y se sintiera reconocido, es, pura casualidad.

A Miguel le gustaba coleccionar las cartas, pero no las cartas para jugar al poker o al tute, no, esas no, que esas son para jugar, le gustan las otras, esas que hablan de sentimientos, esas que revelan secretos y cuentan sobre quienes somos. Aquellas cartas que cuando se abre el sobre, retiene uno la respiración, y se pregunta ¿serán buenas las noticias o serán malas? ¿me quiere o no me quiere? si me quiere, ¿me quiere mucho o poco? Todas cosas y mas, son las que se le pasaban a Miguel por la cabeza mientras tenia una de esas cartas en la mano.

Lo que mas le gustaba era mirarlas. Las tenia todas empiladas la una encima de la otra, y así había formado varias pilas, y de una, y de dos y de tres, había acabado teniendo una parte de su habitación llena de pilas de cartas. Cada día se lo dedicaba a una pila nueva: abría las cartas una a una, con un cuidado extremo, olía el papel, acariciaba las letras, y las leía, una a una, una y otra vez, de manera que mientras las leía, las recitaba, pues Miguel ya se las sabia.

Todas esas cartas le estaban destinadas. La mayoría eran apasionadas, aunque también las había de amistad, e incluso de odio. Todas tenían fecha y el lugar, todas tenían remitente y firma. Sin embargo, para Miguel, ninguna tenia cara. Las cartas no se ven, se leen. Si, pero las cartas se ven mientras se leen. Se ve la cara de quien la ha escrito mientras se lee a quien la haya escrito. Pero Miguel ya no reconoce ninguna de esas caras, lee y lee, pero no recuerda. Pero insiste, porque si lo consigue, si vuelve a ver las caras de quienes las han escrito, entonces, volverá a recuperar su cabeza.

Mademoizelle V.